En octubre pasado, menos de un mes después del huracán María, una compañía me contrató, junto a otras docenas de personas, para traducir la correspondencia en español que recibía FEMA. En una oficina en Virginia, un almacén en realidad, lleno de filas y filas de computadoras, pasé cuatro meses junto a una centena de personas traduciendo documento tras documento.
Pero nuestro trabajo no era traducir exactamente, sino resumir en inglés lo que estaba en español. Había cientos de miles de solicitudes en camino —de Puerto Rico, de Florida, de Texas—, que teníamos que procesar lo más rápido posible. Así que teníamos que presentar solo los detalles que se consideraban pertinentes para FEMA: los daños y las pérdidas materiales que se informaban, si alguien en el hogar padecía condiciones de salud, si había niños o ancianos… Leerlo en 80 Grados