Notas

  • Comencé el año viendo películas sobre disfrutar una vida simple, la belleza de lo ordinario y las conexiones con otros: Perfect Days, de Wim Wenders, y Paterson, de Jim Jarmusch (que estaba viendo por segunda vez).

    Hirayama, el protagonista de Perfect Days, es un limpiador de baños públicos en Tokio y, Paterson, el de Paterson, un chofer de guagua. Ambos son ascetas en cierta medida. Hirayama toma fotos y lee libros; Paterson lee y escribe poesía. La estructura de ambas películas son sus rutinas diarias, interrumpidas por breves momentos de conexión con otros o de notar la belleza que les rodea: el follaje de los árboles en el parque, encuentros repentinos con extraños y personas del pasado, las conversaciones ajenas que escuchan.

    Resulta que ambas películas generan un debate similar en línea. La mayoría ve lo que acabo de decir, pero otros perciben un mensaje oculto de que los protagonistas son perdedores que mantienen sus rutinas rígidas para distraerse de su realidad deprimente. Paterson, porque lleva una vida demasiado tediosa y no aspira a más, y Hirayama, porque es un limpiador de baños entrado en años sin hijos, sin pareja, tal vez hasta sin amistades. Señalan a las pistas de la película sobre un trauma reprimido de Hirayama, o a las características de la esposa de Paterson que les parecen insoportables, aunque la película deja claro que Paterson la adora.

    Yo creo que la felicidad de Hirayama en la película es real, aunque tengo claro que no podría vivir tan solo como él. Paterson me parece que tiene toda la pirámide de Maslow cubierta.

  • Anoche leí una crónica sobre viajar en tren a lo largo de Estados Unidos. En años recientes me llama la idea de vacacionar en hoteles rodantes, de quedarme en un solo lugar y tener vida de hotel mientras el hotel se mueve y me lleva a lugares. Trenes, cruceros. Mis pocos viajes han sido vacaciones pero sin mucho descanso, excepto quizá de la mente (el cliché de necesitar vacaciones de las vacaciones). Quisiera sentir en cualquier tiempo libre el sosiego de las navidades, la sensación de que el mundo va más lento y puedo hacer menos y dormir más. Que de hecho no tengan que ser vacaciones de la mente, sino de la manera particular en que uso la mente para ganarme la vida.

    La vida de hotel me atrae porque es vida de comunidad pequeña y caminable: tener todo a unos pasos. No me importa la mala fama que tienen los cruceros: me suena bien la combinación de no hacer nada, poder estar tirado descansando, leyendo, como si me hubiera quedado en mi casa, y también poder decidir socializar o ver otros países algunos días para variar. Desde hace un tiempo estoy convencido de que sería una experiencia feliz para mí.

    Tomé esta foto de un tren de Amtrak desde la estación de metro de King Street. Mis experiencias con trenes hasta ahora han sido dos viajes ida y vuelta de poco tiempo, y no tomé fotos en ninguna de esas ocasiones.
  • El edificio donde tomé esta foto se incendió unos días después.

  • He tenido la oportunidad de sobar a este perrito como cinco veces en los últimos meses. Lin nunca ha estado conmigo cuando me lo he encontrado y me envidia, y de alguna manera me lo sigo encontrando exclusivamente cuando no ando con ella. Ya se ha vuelto un chiste entre nosotros. Entro al apartamento. “No vas a creer a quién vi abajo”. “¿Otra vez el samoyed?”.

  • Fui a pasar el fin de semana con mis padres. Había ido hace dos meses luego de que hospitalizaran a mi papá repentinamente. Luego de pasar casi todo el tiempo la última vez en el hospital, quería unos días tranquilos con ellos. Pero esta vez hospitalizaron a mi abuela dos días antes de mi vuelo. Estuve con ella y mi mamá en el hospital el viernes por la tarde y el resto de los días mi mamá estuvo en el hospital con mi abuela también, o atendiendo llamadas de sus hermanas mientras se turnaban cuidándola o de todas las personas que querían saber cómo estaba. Ayudé en lo que pude a mis padres en sus rutinas, aunque de seguro pude haber hecho más.

    Cada vez que voy, me quedo con más que pensar sobre el futuro y mi presencia allá y acá.

  • En el norte de Virginia no hemos experimentado mucho la supuesta amabilidad sureña. En el Sur no consideran NoVA parte del Sur, y aunque muchas veces se diga de manera racista y xenófoba, motivado por la gran cantidad de inmigrantes en esta área, quizá lo de la amabilidad se deba a eso también. Es decir, si no puedo generalizar sobre el carácter o la idiosincrasia de la gente aquí —hay gente que no sonríe ni da los buenos días, hay gente que sí—, quizá sea porque, como se dice mucho, esta es una región de inmigrantes y transeúntes, de personas de todas partes del mundo y de Estados Unidos, con todo tipo de prácticas y maneras de relacionarse.

    Más al sur y fuera del área metropolitana de D. C., en Richmond, la gente nos parece más amigable, pero fue en Nueva Orleans, Luisiana, donde fuimos a celebrar nuestro aniversario este año, que de verdad nos sorprendió la calidez de las personas. Solo allí los extraños no se limitaban a dar los buenos días en la calle, sino que preguntaban ¿cómo están? y ¿qué tal su día? como si genuinamente quisieran que nos detuviéramos a decirles. Casi todos los conductores de Uber nos hacían conversación y nos contaban de sus vidas.

    Lo más memorable fue la reacción a Darlene el día del aniversario, cuando tomé esta foto. En unas pocas horas recibió alrededor de (no exagero) 12 cumplidos de mujeres a lo largo de la ciudad. El más cómico fue mientras esperábamos para cruzar una calle. Cuando notamos que nos estaban gritando algo desde un tranvía, nos pusimos nerviosos pensando que estábamos haciendo algo mal y nos estaban regañando. Pero no, era la conductora del streetcar también gritándole a Darlene, You look beautiful, I love your outfit.

  • “Even if you lived for eighty years, the duration of a life was infinitesimal, your eighty years of Sundays were over in a blink. Life had no length; only in depth was there salvation.”

    Crossroads, Jonathan Franzen
  • “You thought, as a boy, that a mage is one who can do anything. So I thought, once. So did we all. And the truth is that as a man’s real power grows and his knowledge widens, ever the way he can follow grows narrower; until at last he chooses nothing, but does only and wholly what he must do…”

    A Wizard of Earthsea, Ursula K. Le Guin
  • Untitled post 9477

    Hoy fue un día bonito.

    Por la mañana, me vestí para ir a trabajar a la oficina, y Darlene se vistió igual que yo. Dijo que simplemente le había gustado la combinación de colores, y que no importaba que estuviéramos vestidos iguales porque nadie nos iba a ver juntos. Era verdad, pero le dije que sospechaba que ella quiere que seamos de esas parejas que se visten igual pero no sabe cómo planteármelo.

    Al mediodía, mi jefe me dijo que él y el único otro compañero presencial hoy iban a almorzar en el conference room. Me dijo que no me sintiera obligado a unirme, pero como voy poco a la oficina y no quería ser antipático, acepté.

    Al salir y ver lo bonito y soleado y cálido que estaba el día, me arrepentí de haber accedido a comer encerrado en un salón de conferencia. En un restaurante cercano me compré un sándwich y dos galletas. Hace poco, habíamos comido allí después del gimnasio y habíamos comentado lo buenas que estaban las galletas. Otro día, volví al lugar a almorzar y me compré otra galleta, pero no le compré una a Darlene; luego, cuando se me ocurrió, me sentí un poco culpable por el resto del día. Hoy me acordé de comprar para los dos.

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  • Extrañamientos

    Extrañamientos

    Comencé el 1 de enero con un positivo en una prueba de COVID.

    Durante esa primera semana del año con COVID, pensé otra vez en la desfamiliarización. De vez en cuando recuerdo, de mi clase de Teoría Literaria de bachillerato, la idea de que la condición del convaleciente es la ideal para ver el mundo con una mirada fresca, con un sentido de extrañamiento o con ojos de niño. Se comparaba con el recién recuperado al flaneûr, el caminante y observador de la multitud, y al poeta.

    Había pensado en lo mismo hace un par de años, cuando tuve tendinitis en el hombro izquierdo. Pasé unos días en que no podía mover el brazo izquierdo sin sentir un dolor intenso, ni mover el derecho sin asegurarme de mantener el otro lo más quieto posible. De repente me sentía como mi propio reflejo, haciéndolo todo con la mano opuesta, y con cada experiencia convertida en un simulacro, una copia degradada de la realidad. A menudo la desfamiliarización no empieza cuando se reemerge en el mundo, sino durante la enfermedad. En aquel momento, comenzó con el extrañamiento de tener que acercarme a muchas acciones básicas como un extraterrestre impostor, con extrema conciencia de estar en mi cuerpo y de cada movimiento que hacía, reaprendiendo a manejarlo, lastimándome muchas veces. Durante esos días de tanteo, sin poder sentir verdadera paz en ningún momento, durmiendo sentado para comoquiera despertar con dolor, no dejaba de pensar en lo bien que se sentiría recuperar el uso de mi cuerpo, tener dos brazos que pudiera mover sin sufrir. En lo placentero que podía ser tener un cuerpo y moverse en general. Fantaseaba con lo mucho que lo apreciaría y disfrutaría —creo que hasta juré que de ahora en adelante estaría más activo, iría al gimnasio, saldría a correr por las tardes.

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