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Notas y ensayos

  • Hoy fue un día bonito.

    Hoy fue un día bonito.

    Hoy fue un día bonito.

    Por la mañana, me vestí para ir a trabajar a la oficina, y Darlene se vistió igual que yo. Dijo que simplemente le había gustado la combinación de colores, y que no importaba que estuviéramos vestidos iguales porque nadie nos iba a ver juntos. Era verdad, pero le dije que sospechaba que ella quiere que seamos de esas parejas que se visten igual pero no sabe cómo planteármelo.

    Al mediodía, mi jefe me dijo que él y el único otro compañero presencial hoy iban a almorzar en el conference room. Me dijo que no me sintiera obligado a unirme, pero como voy poco a la oficina y no quería ser antipático, acepté.

    Al salir y ver lo bonito y soleado y cálido que estaba el día, me arrepentí de haber accedido a comer encerrado en un salón de conferencia. En un restaurante cercano me compré un sándwich y dos galletas. Hace poco, habíamos comido allí después del gimnasio y habíamos comentado lo buenas que estaban las galletas. Otro día, volví al lugar a almorzar y me compré otra galleta, pero no le compré una a Darlene; luego, cuando se me ocurrió, me sentí un poco culpable por el resto del día. Hoy me acordé de comprar para los dos.

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  • Extrañamientos

    Extrañamientos

    Comencé el 1 de enero con un positivo en una prueba de COVID.

    Durante esa primera semana del año con COVID, pensé otra vez en la desfamiliarización. De vez en cuando recuerdo, de mi clase de Teoría Literaria de bachillerato, la idea de que la condición del convaleciente es la ideal para ver el mundo con una mirada fresca, con un sentido de extrañamiento o con ojos de niño. Se comparaba con el recién recuperado al flaneûr, el caminante y observador de la multitud, y al poeta.

    Había pensado en lo mismo hace un par de años, cuando tuve tendinitis en el hombro izquierdo. Pasé unos días en que no podía mover el brazo izquierdo sin sentir un dolor intenso, ni mover el derecho sin asegurarme de mantener el otro lo más quieto posible. De repente me sentía como mi propio reflejo, haciéndolo todo con la mano opuesta, y con cada experiencia convertida en un simulacro, una copia degradada de la realidad. A menudo la desfamiliarización no empieza cuando se reemerge en el mundo, sino durante la enfermedad. En aquel momento, comenzó con el extrañamiento de tener que acercarme a muchas acciones básicas como un extraterrestre impostor, con extrema conciencia de estar en mi cuerpo y de cada movimiento que hacía, reaprendiendo a manejarlo, lastimándome muchas veces. Durante esos días de tanteo, sin poder sentir verdadera paz en ningún momento, durmiendo sentado para comoquiera despertar con dolor, no dejaba de pensar en lo bien que se sentiría recuperar el uso de mi cuerpo, tener dos brazos que pudiera mover sin sufrir. En lo placentero que podía ser tener un cuerpo y moverse en general. Fantaseaba con lo mucho que lo apreciaría y disfrutaría —creo que hasta juré que de ahora en adelante estaría más activo, iría al gimnasio, saldría a correr por las tardes.

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  • Chop Suey

    Chop Suey

    Uno de los regalos que me dio Darlene esta Navidad fue una copia enmarcada de esta pintura de Edward Hopper que ha sido la imagen de fondo de mi computadora desde que empezó la pandemia.

    Durante la pandemia vi muchos artículos sobre la soledad acompañados de obras de Hopper e incluso algunos sobre que era el artista que capturaba el espíritu de la cuarentena («Ahora todos somos pinturas de Hopper», y así por el estilo), pero esta pintura me gustaba porque me transmitía lo contrario: no soledad y aislamiento sino el placer de estar en el mundo y estar acompañado. Me recordaba a las sensaciones cálidas de estar almorzando y conversando en un restaurante pequeño con una persona querida. Y por alguna razón, en plena cuarentena, eso en vez de provocarme nostalgia o desesperación me reconfortaba.

    Sé que este es un análisis bastante superficial de una obra de arte, que quizá la reduce a arte de Marshalls, pero, para ser honesto, en Marshalls compramos una pintura que es de mis decoraciones favoritas de nuestra casa.

  • Sobre la limitación lingüística de la soledad

    Sobre la limitación lingüística de la soledad

    Hace unos días vi una publicación en internet en que una persona hablaba de que se sentía sola. Y aunque obviamente empaticé con su desahogo, algo que me partió el corazón más aún fue la predecible necesidad de excusarse y justificarse aclarando que, en realidad, a ella normalmente le gusta la soledad.

    Siempre me había preguntado por qué es tan difícil hablar de la soledad, no solo en el sentido de que es un tema delicado y que avergüenza a la gente, sino de que literalmente es difícil plantearlo sin que la gente te responda sobre otra cosa creyendo que te hablan de lo mismo. En la internet, cuando alguien habla de la soledad como algo negativo (como un problema personal o como la crisis de salud pública que es) rápido llegan las personas que comentan que a ellos personalmente les encanta la soledad, y el problema es que la gente no sabe estar sola. Lo tratan como una falta de los jóvenes de hoy o algo así (culpa de los celulares y las redes sociales, de seguro), como si lo normal históricamente fuera el individualismo y que la gente esté contenta de andar sola y vivir aislada, y no lo contrario.

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  • Juzgar como adultos

    Juzgar como adultos

    Cuando pienso en los límites de la empatía, recuerdo un crimen de 2011. Aunque en Puerto Rico el crimen casi siempre se discute amontonado en cifras y estadísticas, de vez en cuando algún caso particular captura la atención del público. El asesinato de un muchacho durante un asalto en Condado fue uno. Es probable que muchas personas recuerden los detalles generales aún: el muchacho atacó al asaltante, hubo lo que una noticia llamó un “forcejeo”, y lo apuñalaron.

    El crimen enfureció e indignó a la gente. Me avergüenza admitir, sin embargo, que cuando escuché la noticia en aquel entonces, me pregunté por qué el muchacho se había enfrentado con el asaltante. No quería culpar a la víctima (o eso me decía), pero ¿para qué arriesgar la vida así? Me preguntaba si se había envalentonado porque el asaltante tenía un cuchillo y no una pistola. Entonces, además de culpar a la víctima la estaba juzgando de ingenua, de confundir la vida real con las películas. Leerlo en 80 grados

  • Conversaciones con desconocidos

    En octubre pasado, menos de un mes después del huracán María, una compañía me contrató, junto a otras docenas de personas, para traducir la correspondencia en español que recibía FEMA. En una oficina en Virginia, un almacén en realidad, lleno de filas y filas de computadoras, pasé cuatro meses junto a una centena de personas traduciendo documento tras documento.

    Pero nuestro trabajo no era traducir exactamente, sino resumir en inglés lo que estaba en español. Había cientos de miles de solicitudes en camino —de Puerto Rico, de Florida, de Texas—, que teníamos que procesar lo más rápido posible. Así que teníamos que presentar solo los detalles que se consideraban pertinentes para FEMA: los daños y las pérdidas materiales que se informaban, si alguien en el hogar padecía condiciones de salud, si había niños o ancianos… Leerlo en 80 Grados

  • Conversaciones de larga distancia

    Conversaciones de larga distancia

    En el ensayo titular de su libro The Empathy Exams, la ensayista Leslie Jamison cuenta su “obsesión” con una condición que estaba padeciendo su hermano, una parálisis parcial de la cara: comenzó a pasar tiempo imaginándose con sus síntomas. Inicialmente, se cuestiona la intención de este ejercicio. “Me dije que esta obsesión era empatía”, escribe, pero solo estaba “importando los problemas” de otra persona a su vida. Se pregunta si la empatía será solo “solipsismo”, otra manera de centrar los problemas de los demás en uno.

    La idea de que quizá la empatía no es más que morbo, una excusa para meterse en las vidas de otros, la he escuchado antes, y admito que siempre me había impacientado. Lo asocio con la tendencia de mucha gente a percibir como falsa cualquier característica ajena que no comparten. Descartan así desde lo trivial (“Solo dice que le gusta esa película para parecer inteligente”), hasta la identidad, la sexualidad (“Solo dice que es bisexual porque eso está de moda”) e incluso las condiciones de salud de otras personas (“Solo dice que está deprimida porque quiere atención”). Leerlo en 80 Grados