Uno de los regalos que me dio Darlene esta Navidad fue una copia enmarcada de esta pintura de Edward Hopper que ha sido la imagen de fondo de mi computadora desde que empezó la pandemia.
Durante la pandemia vi muchos artículos sobre la soledad acompañados de obras de Hopper e incluso algunos sobre que era el artista que capturaba el espíritu de la cuarentena (“Ahora todos somos pinturas de Hopper”, y así por el estilo), pero esta pintura me gustaba porque me transmitía lo contrario: no soledad y aislamiento sino el placer de estar en el mundo y estar acompañado. Me recordaba a las sensaciones cálidas de estar almorzando y conversando en un restaurante pequeño con una persona querida. Y por alguna razón, en plena cuarentena, eso en vez de provocarme nostalgia o desesperación me reconfortaba.
Sé que este es un análisis bastante superficial de una obra de arte, que quizá la reduce a arte de Marshalls, pero, para ser honesto, en Marshalls compramos una pintura que es de mis decoraciones favoritas de nuestra casa.